Un perro proyecta su conciencia en la del «amo»; un gato… bueno, es un gato. Los humanos —un tipo de homínido que derivó en un sapiens— no sabemos nada, no tenemos ni idea de la que nos espera. El único don con el que contamos al nacer es lo mismo que una funda vacía, el hoyo de un calcetín o las orejas de un saco. No es exactamente el lenguaje —todo ser viviente en este mundo elabora lenguajes—, sino que algo anterior: la posibilidad metafórica, ni siquiera la metáfora: la mera posibilidad de crear metáforas. Y este primer párrafo no está exento de ello.
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