Por Víctor González Astudillo
La Biblia no nos dice nada sobre el encuentro, pero podemos imaginar, acaso, una risa nerviosa, una cara tensa, un par de ojos insomnes que olvidan la forma en que se pestañea. Del rostro al pecho, de los hombros hasta las manos, de los dedos hasta la pesadilla fálica que expulsa a quien lo mire de todo orden posible, como una estocada en la garganta, como un rubor febril que incinera todo. Entonces, el hijo menor, en un ánimo desconocido, avisa a sus hermanos y estos ayudan al anciano. Lo cubren sin mirar su cuerpo desnudo, como si supieran la ley antes de que esta sea escrita. El resto es liturgia y doctrina. Cam es maldecido, los hermanos bendecidos. De alguna forma, la mirada se vuelve motivo para la historia literaria.
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