Arturo Duclos (1959) fue parte de una generación de artistas que, tras la Escena de Avanzada en los años 80, reorientó la práctica artística hacia una pintura más coyuntural y transdisciplinaria. Ha participado en las bienales de París, La Habana y São Paulo, y en más de 200 exposiciones colectivas en América, Europa, Asia y Oceanía. En 2024 presentó “Una vida” muestra retrospectiva que recorre cincuenta años de trabajo artístico.
“Fue un momento iniciático. Había mucha energía creativa cruzando distintas disciplinas y una conciencia de lo que significaba hacer arte en un país fracturado”, recuerda Arturo Duclos sobre sus años de formación en la Escuela de Arte de la Universidad Católica, entre 1977 y 1982. Ahí fue parte del taller de grabado dirigido por Eduardo Vilches —Premio Nacional de Artes Plásticas en 2019—, que se convirtió en un espacio de experimentación y de cuestionamiento a los “ritos” de la academia.
Eduardo Vilches, recuerda Duclos, abría el taller e invitaba regularmente a figuras de la vanguardia local como Carlos Leppe, Eugenio Dittborn, Lotty Rosenfeld y Raúl Zurita; quienes oficiaban como interlocutores activos entre los estudiantes. “Ese gesto nos permitió ingresar a la Escena de Avanzada y participar con ellos en exposiciones y proyectos”, recuerda. Gracias a ese vínculo, y todavía como estudiante, fue invitado a participar en la Bienal de París de 1982, en una muestra dedicada a artistas chilenos durante la dictadura.
Como plantea la teórica cultural Nelly Richard, durante ese tiempo los artistas “apostaron a la imaginación crítica como fuerza disruptora de la censura y reformularon el vínculo entre arte y política fuera de toda dependencia del repertorio ideológico de la izquierda”. Una escena que emergió en plena dictadura chilena (1973-1990), tras el fracaso de la Unidad Popular como proyecto político y social.
Pero también fueron años de estudio extendido por su temprana inquietud interdisciplinar. “Estudié latín, cine, comunicaciones. En esa época aún era posible moverse libremente entre disciplinas, y esa flexibilidad fue decisiva para mí. Había una energía muy fuerte en muchas áreas de la creación: La música, el teatro, el cine, la literatura y la poesía también formaban parte de esa escena. Nos conocíamos y nos cruzábamos constantemente, sin la separación rígida por disciplinas que se ve hoy”, recuerda Arturo Duclos, quien desde 2022 es académico de la Facultad de Artes de la U. Finis Terrae.
En paralelo a su formación, el artista comenzó a desarrollar una obra visual ligada a códigos de resistencia cultural, donde la iconografía -hasta hoy- es abordada desde el grabado y una pintura de carácter gráfico. En uno de sus primeros trabajos, la representación de estructuras óseas se convirtió en una temática central, en alusión a la violencia ejercida durante la dictadura. La lección de anatomía, exhibida en 1985, fue el título de esa muestra y marcó el inicio de una trayectoria en la que lo político se mantiene como una constante visual, a la que el artista regresará en distintos momentos de su carrera.
El tránsito a la internacionalización
En 1992, Arturo Duclos formó parte del Pabellón de las Artes de Chile en la Exposición Universal de Sevilla, con la muestra Chile Cinco Pintores, junto a los artistas Gonzalo Díaz, José Balmes, Samy Benmayor, Carlos Altamirano y Bororo. La exposición buscaba proyectar una imagen contemporánea del arte chileno, pero compartió escena con una instalación monumental: un iceberg de doscientas toneladas traído desde la Antártica, que acaparó la atención del público y los medios. Según el crítico de arte Guillermo Machuca, ese gesto espectacular subordinó simbólicamente el trabajo curatorial del pabellón a los discursos publicitarios de la naciente industria cultural, en este caso made in Chile.
Aun así, la muestra marcó un momento de proyección internacional para Duclos y una generación emergente de artistas chilenos -entre ellos Bororo y Benmayor- que comenzaba a reinstalar la presencia nacional en el circuito del arte global. Ese mismo año, el artista obtuvo la Beca John Simon Guggenheim, que le permitió desarrollar su obra en Nueva York e incorporar el videoarte y la instalación a su lenguaje visual. Desde entonces, ha participado en las bienales de La Habana (1991 y 1997), São Paulo (1998) y Mercosur (1999), además de exhibir en ciudades como Londres, Milán, Seúl, Rotterdam, Ottawa, Houston, entre otras.
Pero Arturo Duclos advierte que luego de cinco décadas su obra órbita sobre en una misma pregunta: ¿hasta qué punto los símbolos que organizan el mundo -banderas, ideologías, relatos de poder- pueden ser desmontados a través del arte?
Una posible respuesta la ofrece en Sin título: una bandera chilena de más de tres metros de largo compuesta por piezas óseas, que alude tanto a la violencia política como al silencio institucional que marcó la transición democrática. “Es una obra icónica dentro de mi trabajo. No solo resume una trayectoria y retoma un tema persistente en mi producción, sino también un momento dentro del contexto que se vivía en el país a inicios de los años noventa”, señala el artista, en alusión a la publicación del Informe Rettig, elaborado por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación.
Polémicas, rupturas y toda “una vida”
En El fantasma de la utopía, presentada en el MAVI en 2017, Duclos revisó los emblemas de los movimientos revolucionarios latinoamericanos de los años 60 y 70 -las FARC, el MIR, el Ejército Zapatista, entre otros- a través de una estética que mezcla el kitsch, la iconografía popular y las estrategias del merchandising. La exposición provocó reacciones desde sectores de izquierda por su tono a ratos irónico con las viejas retóricas de la izquierda: “Mi arte ha devenido político. No en sentido panfletario, sino como forma de interrogar el poder y los límites del lenguaje”, afirmó por ese entonces el artista.
Su exposición más reciente fue foco de una intensa polémica. Fotografías familiares, objetos recogidos durante el estallido social de 2019, capturas de redes sociales, fragmentos de muebles y piedras componen un mural de piezas autobiográficas. “No es un diagnóstico social. Es una visión emocional de un país fracturado por la ambición política y la ausencia de proyectos colectivos. Es una bitácora visual y, al mismo tiempo, un gesto íntimo y una toma de posición política”, afirma el artista.
La exposición generó controversia. Algunos sectores políticos la calificaron como una “apología a la violencia”, lo que amplificó su alcance. “Una muestra pensada para dos mil personas terminó siendo vista por más de diez mil, ya que demostró lo incómoda que sigue siendo la diferencia. Aunque recogía una historia personal, también incluía elementos de la política, la religión, el estallido social y los últimos años de mi vida. Pero provocó reacciones muy fuertes en sectores conservadores, pero finalmente el impacto fue más favorable que en contra”, explicó el artista visual.
Tras medio siglo de trabajo artístico, la obra de Arturo Duclos pareciera sostener una misma inquietud estética: crear fisuras en los relatos dominantes o como él mismo lo dijo alguna vez: “Aunque el arte no cambie el mundo, su escurridizo fantasma cambia las mentes y las flexibiliza”.
Mi arte ha devenido político. No en sentido panfletario, sino como forma de interrogar el poder y los límites del lenguaje.