En estos versos el autor parece colgarse la cámara al cuello y a la garganta para fotografiar la realidad santiaguina, con toda su crueldad y también con esos raros instantes de belleza, donde un niño hace equilibrio en las escalinatas de la Biblioteca Nacional o donde unas ancianas riegan veredas que no florecen.
De este modo, construye un delicado paneo con reflejos, situaciones, lugares, personas, creyentes fervorosos e intertextos cargados de reflexiones sobre la naturaleza de la mirada y de la fotografía, que lo ratifican como uno de los escritores con más manejo de cámara de la escena poética actual. Y que a la vez recuerdan la máxima de Cartier-Bresson: «fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo eje».
Fuente: Provincianos.cl