«Imágenes inhóspitas que nos llevan a un lugar donde la memoria se rasga. Porque Najmanovich investiga la tortura desde la fría camilla quirúrgica del arte, revelando el punto ciego de una vida segura, enfrentándonos a la posibilidad de lo perverso. ¿Por qué nos hace esto?, ¿Por qué mostrar lo que mantenemos en la lejanía?, ¿Nos quiere mostrar algo que es parte de la humanidad?, ¿Para qué?, ¿De qué sirve?
El arte no existe para funcionar, para servirnos la realidad en una bandeja. El arte nos obliga a mirar lo que mantenemos oculto en el invisible inconsciente colectivo, porque podría ser importante lo que existe detrás de la moral, porque podría rajar, desde el leve rasguño, la membrana que interponemos entre nuestro ser y la realidad, y de esta forma complementar nuestro sistema de sentidos, ese que nos armamos para ser funcionales.
Pero entonces, ¿para qué?
Mejor al revés, en un contexto global, hiperinformado y de saturación visual, lo que ocurre a nuestro alcance o fuera de él, se convierte en una especie de ruido blanco, donde nuestra capacidad para asimilar la saturación del entorno parece imposible. Intervenir en el mundo es agregar nueva información, nuevos datos que se unen a este ruido blanco, y la utopía por salvar a alguien, o al mundo mismo, debe ser reimaginada con otros parámetros. En una sociedad sumergida en textos e imágenes fijas y en movimiento, imaginar el silencio está fuera de las obligaciones morales del día a día, y es una ventana que puede salvarnos por no mirar con más detención ese mundo que corre en paralelo, que ocurre, que imperceptiblemente nos afecta, sintética y orgánicamente, y en algún rincón de nuestras preguntas más oscuras, nos obliga a cuestionar sobre lo que seríamos capaces de soportar y hacer a otros seres vivos».
Fragmento: «Pantallas blandas», Irina Karamanos y Enrique Rivera (curadores).
Fuente: Galería de Arte Aninat